Bodeguita de Enmedio y otros destrozos

La Bodeguita es ya la bodegona,
que en triunfo al aire su estandarte agita,
más sea bodegona o bodeguita
La Habana de ella con razón blasona.
Hártase bien allí quien bien abona plata, guano, parné, pastora, guita.
Mas si no tiene un kilo y de hambre grita.
No faltara cuidado a su persona.
La copa en alto, mientras Puebla entona su canción, y Martínez precipita.
Marejadas de añejo, de otra zona.
Brindo porque la historia se repita,y porque es ya la bodegona,
nunca deje de ser La bodeguita.

Nicolás Guillén
El desplome turístico causado por el coronavirus fue aprovechado por el gobierno para perpetrar el penúltimo destrozo del patrimonio cultural de Cuba, borrando las mundialmente famosas firmas de las paredes de La Bodeguita de Enmedio

El desplome turístico causado por el coronavirus fue aprovechado por el gobierno para perpetrar el penúltimo destrozo del patrimonio cultural de Cuba, borrando las mundialmente famosas firmas de las paredes de La Bodeguita de Enmedio, suplantándolas con una sucesión de galerías fotográficas, que privan al famoso restaurante de uno de sus imanes.

La Bodeguita de Enmedio evolucionó de bodega habanera a casa de comida con fama internacional, sin mayores tropiezos; pero llegó el Comandante y mandó a parar, con su intento baldío de borrar La Habana, P.M., por la que siempre sintió rechazo, pues su personalidad -imbuida de la eternidad eclesial y la superioridad leninista- forjaron en el joven rebelde a un aguafiesta consuetudinario.

Allende fue el salvador de La Bodeguita, cuando -en uno de sus viajes a La Habana- descubrió que su antro favorito para las noches de farras habaneras, con Carlos Puebla y el trío Taicuba, había sido tapiado por la revolución, empeñada en la parición de un hombre nuevo que no bailara, no cantara y apenas comiera y bebiera.

Paredes de La Bodeguita de Enmedio, antes de su última restauración.

El reproche del chileno surtió efecto y el Comandante en Jefe, como gesto a Allende, ordenó reabrir La Bodeguita de Enmedio, decisión que obligó a restaurar el inmueble, borrando los primeros bloques de firmas en aquellas paredes testigos de la fiesta popular y víctimas de la desidia oficial, que recelaba tanto del timbalero como del turista, portador de contaminación ideológica.

Cuba apeló al turismo como tabla de salvación ante el derrumbe soviético, y sus planes iniciales apostaron por cayos y marinas, donde el turista apenas viera la Cuba y los cubanos reales; pero los viajeros optaron decisivamente por La Habana, aquella urbe mecida por el Caribe, que competía con Nueva York y París en moda, y donde la archifamosa Flota de Indias paraba a la ida y a la vuelta del dorado americano.

La guarapachanga sincopada se encargó de resituar a La Bodeguita en la ruta turística de La Habana, aprovechando el viento a favor de los esfuerzos de Eusebio Leal Spangler de dotar a la capital cubana de sentido patrimonial como fórmula recuadadora de dólares, y su receta abrió cocinas y barras viejas como El Floridita, el Sloppy Joe’s, La Zaragozana, Castillo de Farnés o Las Terrazas de Cojímar, como parte del triángulo Hemingway, narrador miliciano obsesionado con un pez grande y cazador de su propia cabeza a mil leguas de San Francisco de Paula, donde escribía de pie y maldecía la diabetes.

Cuando los turistas se asomen a la puerta de La Bodeguita de Enmedio y contemplen esa retahíla de fotos ordenadas sobre paredes con pintura lisa e iluminación de diseño, sabrán que su templo habanero murió de interiorismo feo, obra de un gobierno cheo, obsesionado con borrar el pasado dibujando una Cuba de ahora mismo que dure hasta pasado mañana.

El atentado contra La Bodeguita forma parte de una saga violenta que derribó el hotel Internacional de Varadero, un modelo arquitectónico reconocido mundialmente, para levantar una mole de mil habitaciones a ritmo de contingente, aunque todos los años haya que llevar arena porque se está consumiendo a golpe de prefabricados, animación, snorkel y dancing light.

Paredes de La Bodeguita de Enmedio, tras su última restauración.

El mismo ángel exterminador que quitó césped en la Avenida G (de los Presidentes) para solar jardines y aumentar el calor ambiente, que abandonó el Club Náutico, cuyo techo semejan las olas del mar y fue la primera cubierta sin pilares en la arquitectura latinoamericana, inspiración de Max Borges Recio, que también trazó los planos del célebre cabaret Tropicana.

Otro hito destrozador fue la mutilación de La Rampa, la galería más pisoteada del mundo, donde brigadas proletarias destrozaron mosaicos con reproducciones emblemáticas de Amelia Peláez, Wifredo Lam, René Portocarrero, Luis Martínez Pedro, Raúl Martínez, Salvador Corratge, Antonio Vidal, Sandu Darié, Mariano Rodríguez, Cundo Bermúdez, Hugo Consuegra, Antonia Eiriz, Guido Llinás, y el arquitecto Antonio Quintana.

El comunismo verde olivo descubrió el placer destructivo de la belleza cuando instaló el primer cuartel de Guardafronteras de Varadero, en la residencia de Dupont, donde los centinelas, armados con Pepechás y Buscachivos, destrozaron un Xilofono austriaco del siglo XIX.

Las primeras que supieron que algo no iba bien fueron las iguanas que cada mañana acudían a los pies del dueño a desayunar cáscaras de frutambomba, y huyeron en manada hacia el mangle, cuando la lírica embozada en dos niveles de la mansión para favorecer la acústica, dio paso a la voz marcial del jefe.

La Habana ya tiene su Muro de Berlín derrumbado a golpe de desidia y chealdad; habrá que esperar a unos meses para ver si uno o más de los demoledores de la entrañable Bodeguita de Enmedio tuvo el tino de guardar incunables de pared autografiados por famosos y anónimos, en su peregrinar con sed de Mojitos, sones y boleros.

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